Más de trescientos cincuenta fieles arroparon al arzobispo compostelano en la eucaristía por la fiesta de la Sagrada Familia, que este año, y por expreso deseo de d. Francisco José Prieto, se celebró en los amplios locales de la parroquia da Resurrección, en el barrio coruñés de las Flores.
En su homilía, y en consonancia con las lecturas de esta solemnidad, mons. Prieto destacó el papel fundamental de la familia, el lugar en el que “recibimos el don de la vida y de la fe”. Un regalo por el que tenemos que dar gracias a Dios. Y destacó que todos somos parte de la misma familia ya que “somos hijos de un mismo Padre y hermanos en Cristo”.
El arzobispo recordó el papel fundamental que tiene la familia. Papel que ratifican todas las encuestas sociológicas y que se evidenció de un modo patente durante la pandemia. La familia es, afirmó, “el espacio firme donde uno se siente acogido de modo incondicional, donde siempre se nos espera y donde no nos ponen trabas para llegar o para marchar”.
Recordando el lema de este año insistió en la idea de que “la familia es portadora de buenas noticias, incluso a pesar de la dura crisis que afecta a muchas de ellas”. Por eso pidió a todos los bautizados que “seamos portadores de la Buena Noticia del Evangelio de Jesús. Seamos portadores de un Dios que quiso nacer entre nosotros y en una familia”.
Exhortó también a que las familias se miren en el ejemplo de la Familia de Nazaret, “donde Dios nos mostró su proyecto” para la Humanidad. Y convidó a todos a que “miremos con la mirada acogedora y misericordiosa” de Dios.
Pidió cuidar a las familias, que son “el vínculo fundamental, el centro de nuestras vidas”. Y
recordó que Dios se muestra siempre en lo cotidiano, como hizo al crecer en una familia.
Finalizó su homilía resaltando las tres palabras que tantas veces ha repetido el papa Francisco y que deben ser el eje de la convivencia en las familias: Por favor, Gracias y Perdón. Y concluyó: “apliquemos estas palabras en nuestra vida cotidiana y veremos como todo se simplifica y mejora”.
En las ofrendas, se le presentaron al Señor los hijos de las familias, para que sean miembros activos del cuerpo de Cristo.