Catequesis para la 1ª Jornada Mundial de los abuelos y de los mayores

Había que hacer fiesta. Había que celebrar la vida tras tantos meses de pandemia, tras tanto sufrimiento, tras tanto encierro en casa, tras echar tanto de menos los besos de la familia y los abrazos de los amigos.

Teniendo en cuenta el duro trato que han sufrido las personas mayores durante esta terrible pandemia que aún no hemos superado, el Papa Francisco instituía el domingo 31 de enero de este año la primera Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. Una fiesta que se celebrará cada año el cuarto domingo de julio, cerca de la memoria litúrgica de los santos Joaquín y Ana, los abuelos de Jesús.

Con esta fiesta el Papa quiere insistir en que la Iglesia está junto a los mayores, que se preocupa por ellos, que no quiere dejarlos solos. En estos momentos es, tal vez, más importante que nunca recordar la promesa de Jesús de que estaría con nosotros todos los días. Y para hacerla realidad el papa nos invita a todos los miembros de la comunidad parroquial a convertirnos en ángeles para los ancianos que carezcan de familia, que no puedan consolarse con la visita de sus hijos o sus nietos.

No podemos olvidarnos de nuestros mayores. Sobre ellos se construyó el bienestar del que hoy disfrutamos. Ellos atesoran la experiencia y el conocimiento necesarios para seguir avanzando sobre pilares sólidos. Ellos son la referencia que nos enseña de dónde venimos. El futuro sólo puede edificarse desde la alianza entre jóvenes y mayores. Unos aportan sus sueños, sus ansias de cambio y progreso.

Los otros aportan su memoria, porque la sabiduría de los abuelos nos ahorra esfuerzos inútiles, nos evita recorrer caminos ya trillados que se demostraron imposibles o fatales. Como nos recuerda el Papa en su mensaje para esta jornada, sin la memoria no se puede construir; sin cimientos nunca construirás una casa. Nunca. Y los cimientos de la vida son la memoria.

Ser abuelo, ser mayor, no implica apartarse de la vida, renunciar a intervenir activamente en el progreso de la sociedad. La presencia de los mayores tiene un gran valor para todos. Darles el protagonismo que merecen es también la única alternativa a la cultura del descarte que nos amenaza hoy. Valorar a los mayores es negar que las personas solo valen en cuanto que producen o consumen. Valorar a los mayores es afirmar que la dignidad humana es inviolable y nada tiene que ver con la fuerza física o el vigor de la juventud.

Nada hay mejor para un niño que criarse en la ternura de unos abuelos. No en vano el nuevo Directorio para la catequesis aprobado por la Santa Sede destaca el servicio de los abuelos en la transmisión de la fe. De hecho, afirma que “son muchas las personas que deben su iniciación en la vida cristiana a sus abuelos” (nº 126).

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